Este es el epitafio que el mismo sacerdote José Aldunate pidio a sus compañeros de la Compañía de Jesús escribieran en su tumba. El Cura Pepe, como lo llamaban, fue despedido por su congregación junto con muchas personas, cristianas y no cristianas, que quisieron testimoniar su admiración y respeto por un sacerdote sencillo cuya consecuencia lo llevó a enfrentar el peligro en plena dictadura. Su vida estuvo marcada por su temprana adhesión al evangelio: entró a la Compañía de Jesús a los 15 años, trabajó en el mundo sindical con el Padre Alberto Hurtado; fue profesor de Moral en la Facultad de Teología de la Universidad Católica y fue cura obrero. Durante la dictadura, su compromiso con los perseguidos lo llevó a acompañar a los familiares de Detenidos Desaparecidos en su lucha por verdad y justicia así como también a fundar el movimiento Sebastían Acevedo en contra de la tortura. Durante sus últimos años, ya ciego, continuaba interesado por los problemas sociales y colaboraba con las instancias de la iglesia dedicadas a la diversidad sexual.